DON TUCO: UN REAL AVENTURERO

En el vasto y diverso territorio peruano, donde los Andes se levantan como murallas pétreas y la selva respira al ritmo de innumerables ríos caudalosos, hay quienes han decidido recorrer cada rincón de esta tierra, no por obligación, sino por pasión.

José Antonio Torres Ocampo, mejor conocido como «Don Tuco», es un hombre cuya historia no solo es un testimonio de amor por el Perú, sino también una fuente inagotable de anécdotas llenas de humor y emoción.

Desde muy joven y hasta ya bastante mayor, mientras los hombres de su edad se dedicaban a cultivar geranios o ver telenovelas, él continuaba conquistando cada rincón de Perú como si fuera un superhéroe de la geografía. Montado en poderosas motos, recorrió el Perú, como se diría en buen romance, de cabo a rabo.

Hoy, por fin ya retirado de las rutas del Perú, descansa en su villa, siempre dispuesto a narrar sus aventuras. A lo largo de muchos años, sus viajes estuvieron llenos de desafíos, paisajes inolvidables y encuentros inesperados. Cada ruta recorrida le dejó una historia que contar, y hoy repasamos algunas de las más memorables.

Los Primeros Pasos de un Viajero

Don Tuco nació el 26 de febrero de 1938 en Abancay, en una época donde viajar no era una cuestión de subir a un bus con aire acondicionado y una playlist de Spotify, sino de armarse de paciencia, ingenio y resistencia. Creció en el histórico «Hotel Apurímac», un refugio para viajeros y comerciantes que llegaban desde distintos puntos del país.

Su madre, doña Blanca Rosa Ocampo Rivas, manejaba el hotel con una mano firme pero generosa, inculcando en su hijo el amor por la hospitalidad y, sin saberlo, despertando en él la fascinación por los relatos de los viajeros que pasaban por el hospedaje. Mientras otros niños jugaban con carritos, él ya empezó a soñar con mapas y rutas inexploradas.

Desde niño mostró una gran habilidad para las matemáticas y la geografía. Pero más allá de los mapas y los números, lo que realmente le llamaba la atención eran las historias de lugares lejanos y desconocidos. Aquello se convertiría en una obsesión que más tarde lo llevaría a recorrer cada rincón del Perú.

Su formación no fue precisamente un paseo. Estudió con monjas dominicas alemanas en los primeros años del colegio Santa Rosa, con una combinación germánica de disciplina y valores. En esa etapa, fue compañero de estudios de mi padre, Don Julio César Casas Casas, y también algunos años después cuando se reencontraron en las aulas del glorioso y centenario colegio Miguel Grau de Abancay.

Pasó por el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendió que «ángulo recto» no era solo una posición geométrica, sino una forma de pagar por las travesuras, indisciplinas o distracciones con un contundente puntapié en las posaderas.

Don Tuco no sería un turista común, sería un explorador con la determinación de un pionero polar y el sentido del humor de un comediante. Sus viajes no serían simples recorridos, serían expediciones épicas donde en cada curva de la carretera había una historia esperando ser contada.

De Abancay a los Confines del Perú

Desde temprana edad, Don Tuco mostró un talento especial para las matemáticas y la geografía, lo que le permitió entender el mundo a través de mapas y números. Sin embargo, ningún mapa podría prepararlo realmente para las experiencias que viviría en sus travesías.

Sus primeros viajes lo llevaron por el cañón de los ríos Chalhuanca y Pachachaca, donde descubrió paisajes que parecían salidos de una pintura impresionista, con cielos despejados y un clima que invitaba a perderse en el horizonte. Fue un desafío tanto físico como logístico. En aquella época, los caminos eran poco más que senderos trazados por el tiempo y la voluntad de los pobladores.

Luego se planteó uno de sus primeros desafíos, recorrer las provincias del sur del país, enfrentándose a carreteras precarias, lluvias torrenciales y medios de transporte que eran, en el mejor de los casos, improvisados. En los años 50 y 60, viajar no era sencillo: las rutas eran polvorientas, los vehículos poco confiables y las condiciones climáticas, impredecibles.

Sin embargo, cada viaje le permitía conocer la esencia de cada pueblo, su gente y sus costumbres. Desde los mercados bulliciosos de Ayacucho hasta los valles fértiles de Cusco, cada lugar le ofrecía un nuevo aprendizaje.

La Travesía a Iquitos: Una Lección de Paciencia

Uno de los viajes más extenuantes de Don Tuco fue su travesía hacia Iquitos, la capital de la Amazonía peruana. Para llegar allí, no bastaba con tomar un bus o un tren; el acceso era fluvial o aéreo, y él optó por la vía más aventurera: el río.

La travesía comenzó en Pucallpa, donde abordó una embarcación que lo llevaría por el caudaloso Ucayali. El viaje, que en teoría debía durar pocos días, se extendió debido a lluvias intensas y fallas mecánicas en la nave. Durante el trayecto, se vio rodeado de selva infinita, de noches húmedas y de los sonidos incesantes de la naturaleza amazónica.

En un momento del recorrido, la lancha quedó varada en un banco de arena. Mientras la tripulación intentaba liberarla, los pasajeros, incluyendo a Don Tuco, tuvieron que lidiar con un ejército de mosquitos hambrientos. «Uno llega a un punto en que deja de espantarlos y simplemente acepta su destino», diría más tarde con humor.

Finalmente, tras días de incertidumbre, la embarcación retomó su curso y llegó a Iquitos. Allí, Don Tuco quedó maravillado por la hospitalidad de la gente, la riqueza cultural y la impresionante biodiversidad de la región.

El Abra de Málaga: Entre la Niebla y el Abismo

Si hay un camino que pone a prueba la valentía de cualquier viajero, es el Abra de Málaga, el paso de montaña que conecta el Valle Sagrado con la ceja de selva de Quillabamba. En una de sus travesías por esta ruta, Don Tuco enfrentó uno de los viajes más tensos de su vida.

A medida que ascendía por la carretera serpenteante, la niebla se hizo cada vez más densa. En algunos tramos, la visibilidad era prácticamente nula, y el precipicio a un lado del camino se perdía en un vacío aterrador. «Uno se aferra al asiento con tanta fuerza que termina doliéndole todo el cuerpo», contaría después.

A 4,250 metros de altura. Mientras otros se mareaban, él describía la carretera como «un camino diseñado por una serpiente con problemas de orientación».

En medio de la espesura, el bus en el que viajaba tuvo que detenerse debido a un derrumbe. Durante horas, los pasajeros esperaron mientras los trabajadores despejaban la vía con palas y picos. Finalmente, tras un arduo esfuerzo, lograron continuar el viaje. Al llegar a Quillabamba, el cambio de clima fue abrumador: del frío extremo del abra pasaron al calor sofocante de la selva. Pero el café aromático y la calidez de los pobladores hicieron que la travesía valiera la pena.

Cuando el Río Mandó en Piura

En el norte del país, las lluvias pueden transformar el paisaje en cuestión de horas, y Don Tuco lo comprobó en carne propia durante una visita a Piura.

Luego de recorrer la ciudad y disfrutar de su gastronomía, decidió partir hacia Sullana. Sin embargo, en el camino, una crecida repentina del río Piura dejó intransitable la carretera. La corriente arrastró vehículos, árboles y todo lo que encontraba a su paso.

Sin otra opción, los pasajeros tuvieron que esperar hasta que el nivel del agua bajara. Durante la espera, Don Tuco compartió historias con otros viajeros y aprendió sobre la resiliencia de los piuranos, quienes, a pesar de los desastres naturales, siempre encontraban razones para reír y seguir adelante.

El Desafío en la Ruta a Chuquibambilla

La carretera hacia Chuquibambilla, en la provincia de Grau, era conocida por sus complicaciones. Durante uno de sus viajes, Don Tuco experimentó de primera mano la dureza del trayecto.

La vía, llena de lodo y piedras, hizo que el vehículo quedara atascado en más de una ocasión. Los pasajeros tuvieron que bajarse a empujar, cubriéndose de barro y agotándose con cada esfuerzo.

El chófer decía que «esto es normal», pero cuando uno está con el barro hasta las rodillas, empieza a cuestionar qué «tan normal es», recordaría entre risas.

Finalmente, lograron salir del atolladero y llegar a Chuquibambilla, donde fue recibido con calidez por los pobladores, quienes le ofrecieron un mate caliente y lo acogieron como si fuera uno de ellos.

El Gran Logro: 194 Capitales Provinciales Visitadas

Después de décadas recorriendo el Perú, en julio de 2005, Don Tuco logró una hazaña impresionante: había visitado todas las 194 capitales provinciales del país.

Desde la costa hasta la selva, pasando por los Andes, cada viaje fue una prueba de resistencia, pero también una oportunidad de descubrir la riqueza cultural del Perú. Sus travesías no solo le dieron un profundo conocimiento del país, sino que también le dejaron anécdotas que hoy inspiran a nuevas generaciones de viajeros.

El Secreto de Don Tuco: Reírse de la Adversidad

Lo más fascinante de este viajero no fueron los kilómetros recorridos, sino su capacidad para convertir cada obstáculo en una anécdota hilarante. Las carreteras destruidas, el frío del altiplano, los caminos intransitables… todo era material para sus historias.

Él nos enseña que viajar no es solo cambiar de lugar, es cambiar de perspectiva. Que la edad es un número y que la aventura no tiene límites. Que Perú no es solo un país, es un lienzo de historias esperando ser descubiertas.

Un Espíritu Inquebrantable

Los viajes de Don Tuco nos enseñan que la verdadera aventura no está en los destinos, sino en la actitud con la que enfrentamos el camino. A través de lluvias torrenciales, caminos imposibles y encuentros inesperados, siempre mantuvo su buen humor y su curiosidad intacta.

Hoy, Don Tuco reposa en sus cuarteles de invierno, disfrutando de sus recuerdos y de las comunicaciones presenciales y virtuales con sus amigos. Un hombre que convirtió cada viaje en una celebración, cada kilómetro en una lección y cada desafío en una oportunidad para reír, y que con su vida nos enseñó a amar al Perú y a comprender que la vida es un viaje, y lo importante no es el destino, sino cómo lo recorres.

Don Tuco merece un homenaje, así como muchos ilustres abanquinos que tienen grandes obras e historias de vida. Los homenajes deben hacerse en vida, cuando aún se puede ver el brillo en los ojos del homenajeado y devolverle con gratitud lo que nos ha dado. Como decía José Martí: «Honrar, honra». No esperemos a que sea demasiado tarde para reconocer el valor de quienes nos inspiran.

¡Salud, maestro de la aventura!


Artículo inspirado por:

«LOS VIAJES DE TIO TUCO POR NUESTRO PERU», El Blog de Pepelucho, 5/04/2017

«El Cañón del Apurímac Gran Señor que Habla» de José Antonio Torres Ocampo

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1 com.

Jose Luis Villavicencio A. 04/03/2025 - 9:20 pm
Has plasmado con fina prosa a nuestro querido Tio Tuco ,Leonciopradino de la X promociòn y noble y querido abanquino
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